Chinemerem de Omeh el hambre de paz, esperanza y amor fusionada con las duras realidades hacen inevitable en su obra la expresión del dolor, la depresión y la decepción. A lo largo de su crianza en Nigeria, sus inclinaciones artísticas se encontraron con la disuasión de sus compañeros, maestros e incluso de sus padres, ya que aspirar a convertirse en artista era una forma poco práctica de ganarse la vida. Ese desaliento no solo ha fortalecido su amor por el arte, sino que también lo ha informado. El centro de sus pinturas es el exilio autoimpuesto del hombre del amor y el rechazo de la coexistencia pacífica, que Omeh cree que es la premisa de nuestra existencia.

Estéticamente inspirado en los paisajes de su tierra natal, Omeh utiliza la superficie agrietada de la Tierra que ocurre durante la temporada de Harmattan y las emplea como metáforas. Las grietas, aunque causadas por una Madre Tierra hambrienta de agua, representan esperanza, paz, aceptación y deseo de restauración del mundo natural. Su técnica consiste en la aplicación áspera y pesada de color muerto endurecido, que se mezcla con aceite de linaza, creando un efecto único y original.